Mentiría si dijera que mi estancia en la clínica de rehabilitación fue buena. No, ni mucho menos.
Cuando entré, dije mi nombre falso que aquel hombre trajeado me había dado y entonces un hombre con una bata blanca me llevo a mi habitación.
- Perdona, cocainómana de mierda – me dijo, educadamente – antes de entrar a la sala, tiene que quitarse esos implantes mamarios que llevas – titubeó por mi cara confusa – que te quites las tetas, joder, siempre hay que ser claros con esta gente. Bueno, como has leído en los términos, no puedes traer armas a la clínica, y con esos implantes puedes matar a alguien – sacó de su bolsillo un cuchillo y me lo dio – toma, quítatelos, te damos media hora. Si te desangras y quieres toallas, ahí están, al fondo. Adiós.
Lo demás no fue nada diferente. Donde estaba solo era un compartimento de chicas, aún así encontré el amor.
Fue un amor a primera vista. Alta, morena, con grandes brazos y pelo corto. Se llamaba Amanda y me hizo ver las estrellas mientras disfrutábamos la una de la otra tumbadas, sudando, medio desnudas… en el patio de la clínica, un día de verano, viendo el hermoso cielo (Mal pensados, jojo).
Aunque nuestra relación terminó cuando ella consiguió salir de las drogas. Los días más intensos de su rehabilitación no nos vimos… y el último día, cuando se iba, conseguí verla.
Iba a ir a abrazarla y a besarla, pero ella se apartó corriendo de mí, asustada. Me gritó que qué hacía. Yo.. yo no sabía que hacer. La expliqué nuestra historia de amor, y ella me dijo que no me quería, que no sentía nada por mí, que era el efecto de las drogas lo que había hecho que encontrara algo de atractivo en mi, que ella era del OPUS DEI, tenía un marido, cinco hijos y dos gatos (Y un perro, que sino no es familia feliz americana).
Aquello fue todo un desamor para mí, y desde ese día empecé a contar los días que faltaban para salir de aquel infierno.
Aunque luego conocí a Esteban, un mexicano que daba las medicinas anti-dopaje de allí. Se aprovechó de mis largas sesiones de rehabilitación para conseguir todo mi cuerpo. Bueno, mi cuerpo completo no, pero sí mi páncreas y un riñón.
Exacto, me cautivó, me enamoró, y una noche, sedada yo ya… me dormí entre sus fuertes brazos.
Y me levanté en la cama, envuelta con las sabanas blancas que ahora estaban llenas de sangre y con dos órganos menos.
Maldito traficante de órganos…
Pero.. ya no me dio tiempo a vivir más aventuras… porque…
Terminó mi rehabilitación.
El día que termino mi rehabilitación estaba lloviendo. Me acuerdo porque caían gotas del cielo en dirección vertical al suelo, y ya me dijo mi madre (bueno, la que consideraba mi madre) que cuando pasaba eso es que llovía, o que estaba metida en la ducha, y me dijo que, si dudaba, mirara hacia arriba y viera si estaba desnuda, que si lo estaba, es porque estaba en la ducha… pero si había salido rarita y me gustaba ir desnuda por la calle, para diferenciar entre ducha y lluvia que corriera en círculos. Si me daba contra una pared variadas veces es porque estaba en una ducha, sino, es porque estaba en la calle. Pero podía ser que fuera rica y mi ducha fuera gigante…
(Dios, no me tengáis en cuenta eso…)
Bueno, continúo. La cosa es que llovía.
Un ayudante de la clínica me acompañó por ese largo pasillo con verjas metálicas hasta el final, hasta la salida.
No me había vuelto a poner los implantes, me resultaban incómodos.. y ahora.. ahora tenia una nueva visión del mundo. Una visión sin drogas. Una visión nueva…
Al final del pasillo, justo en la puerta de salida. Había un hombre esperándome.
Llevaba una gran capa y un sombrero que le cubría la cabeza de la lluvia, aunque también le cubría el paraguas.
Cuando llegue alzó la vista y me sonrió. Era una sonrisa tan pura.. tan.. familiar. Sí, eso, familiar.
¿Era el Rulas?
Aunque al acercarme más me di cuenta de que no era él.
Aquel hombre trajeado que me había traído a la clínica me esperaba con el mismo coche con el que me había traído.
Cuando llegue a su altura me dio un beso en la mejilla, lo cual me extrañó, y me colocó el paraguas sobre mi cabellera reluciente, aunque le dije que no hacía falta, que el moño ya me protegía del agua a mi y a cinco pueblos nigerianos del sur de África.
Sonrió por mi comentario (Bueno, en realidad eran 8 pueblos nigerianos y dos guineanos, pero no quería presumir) y me invitó a entrar en el asiento del copiloto del coche.
En cuanto subí yo y subió él, emprendimos la marcha.
- ¿A dónde me llevas? – Le pregunté
- A mi casa. Vivirás conmigo – sonrió al ver mi cara de miedo – Tranquila, no te voy a violar, por ahora – Rió por mi cara de susto – no, es broma, te violaré en cuanto lleguemos.
Hizo un gesto con la mano y miró hacia atrás mientras conducía, lo que provocó que casi nos metiéramos un hostiazo contra un trailer, aunque fue capaz de esquivarlo. Esa forma de esquivar me recordaba a alguien…
Sacó una carpeta y me la dio.
- Toma, lo que tanto querías – me dijo, y me lo dio – aquí pone quién es la verdadera hija de Helen.
Cogí aire. Estaba nerviosa. Lo abrí…
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