Chanchanchanchaaaaaaaaaaaan
-------------o----------
Mi vida volvía al
desastre de siempre, los días se sucedían como en una historia con argumento de
muñeca rota. Los cuentos de hadas no eran para mí y dios quiera quien fuera el ingenio que me
creara en el más allá se debía divertir mucho con cada historia hecha añicos,
con cada sueño destrozado, con cada lágrima derramada… No sabía qué hacer con
mi vida y no sabía si quería tener vida, pero como la opción del suicidio no me
había funcionado decidí volver a mis orígenes después de cuatro años. Regresé a
España para dedicar tiempo a mi familia que, parecía, era lo único que me
quedaba.
Pero no sé si
recordáis que no muy lejos de esto, me hice la muerta: mis padres creían que
estaba muerta. Fue raro explicarles que estaba viva: mi madre rezó al cielo y
agradeció a diferentes dioses de religiones que no sabía ni que existían y mi
padre dijo que normal, que siendo tan puta tenía que estar viva. Habían
alquilado mi habitación a un chaval un poco raro, se llamaba Jamenson, de unos
diez años menos que yo, le gustaba hacer maquetitas de aviones y a veces
saltaba desde el tejado y se rompía las piernas. Era un poco anormal. Hijos,
pero esto no importa: tomé la decisión más importante. Había estudiado diversas
carreras, no había terminado ninguna, pero me quedaban asignaturas. Las
terminé. Y para dejar atrás todo aquello... me hice decana de mi Universidad.
Mi labor en la
Universidad hizo que la gente se interesara en mi candidatura como presidenta
del gobierno. Teniendo en cuenta las candidaturas que por aquellos tiempos había,
la mía era la más aceptable para los votantes y salí presidenta. Luego me
dijeron que para mantener mi puesto tenía que encontrar pareja para poder darme
publicidad en las revistas del corazón. Mi trayectoria sentimental había sido
demasiado intensa y mi corazón no podía permitir más golpes de extraños que
jugaban a que era su juguete. Tenía un gran programa electoral como la
propuesta de la castración química pero decidí que la humanidad no era para mí.
Me fue a la Antártida.
Allí conocí a Manos
Frías, un hombre de esos que viven en el hielo (esquimales, eso) bastante
apuesto. Me enseño el Iglú y tras algunos meses empezamos una relación. Yo
estaba allí estudiando los ritmos circadianos de las crías de pingüino con
retraso mental que eran abandonadas por sus padres y adoptadas por parejas
homosexuales que también tenían problemas mentales. Fue una tesis que bueno,
ahora se conoce como Happy Feet. La cosa es que la relación entre Manos Frías y
yo no llegó a mucho: normalmente no podíamos hacer cositas de mayores en esa
cama tan fría, y comprenderéis que con ese nombre no me atreviera a hacer otras
cosas. Corté con él como se corta el frío hielo. Como se corta el frío hielo que
le hundió en el gua helada y le mató.
No llegué a cogerle
mucho cariño, cada pedacito de mi alma
se rompía al pensar que en todas las
personas que se acercara a mi terminaban, por menos: muerta o atraída por
alguien del sexo opuesto al mío. Me quedaba sin posibilidades en este mundo.
Continué en la Antártida pero empecé a leer novelas de principios del siglo XX.
Me pasé al lado bohemio de la existencia. Mi vida me había demostrado que mi
corazón no había nacido en el tiempo que le correspondía. Empecé a relatar mi
historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario