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Todo estaba preparado: su padre oficiaría la boda mientras su madre bailaba reggeaton al ritmo de una rumba mexicana adaptada con Pitbull. Yo tenía mi vestido de novia, blanco, con mis damas de honor que me decían que iba muy guapa. Todo muy normal. Los invitados eran los repartidores de diferentes periódicos. Faltaban minutos hijos, pero no pude hacerlo. No pude hacerlo porque me di cuenta de que él tampoco quería casarse. Me lo dijo mientras me estaba depilando la entrepierna (¿Qué?, no me miréis así) y entonces decidimos huir: cogimos el burro más cercano y al grito de “ANDELE” nos marchamos de allí, lejos, a dos kilómetros, hasta que el burro murió cansado. Y empezamos nuestra vida en ese lugar.
El lugar era Quzco y
allí conocí una llama… digo, El Prozac, gracias. Corría el mes de Septiembre
para cuando decidimos nuestra huída precipitada. Terminamos en un pueblecito al
lado de la costa, donde cada noche fue una luna de miel. ¿Era permitido ser tan
feliz? Parecía que el destino había hecho la paces con mi vida; una noche
cogimos una barca y fuimos a una islita que Michel dijo que se llamaba Sorfelio
(por su madre) la isla la había comprado su padre y esta inhabitada a excepción
de una casita costera que fue nuestro hogar.
Allí hicimos el amor
salvajemente hasta que los vecinos (no había vecinos cuando empezamos a vivir,
pero gracias a la burbuja inmobiliaria se crearon 2398328623984932 casas en
pocos meses) decían que molestábamos. Michel y yo éramos felices, y ahora que
nos conocíamos más teníamos más claro que nos queríamos casar. Y llegó una
noche en la que estaba preparada para que me lo pidiese. Entré a la habitación,
a oscuras, para depilarme la entrepierna… y entonces lo vi, hijos.
Era un purpurinense…
más específicamente aquel que algún día me habló cuando yo estaba con mi bb:
-¿QUÉ ESTÁS HACIENDO
AQUÍ?-dijimos a la vez.
Entré en el cuarto
que algún día no hacía mucho había sido mi refugio entre los brazos de Michel y
el señor Cullen estaba con su mujer y esta con un bombo haciendo música. Me
explicó que esa era su casa. Me dio igual todo. Michel me había mentido.
¿Cuántas cosas más eran mentira en nuestra relación? ¿Cuantas confidencias que habíamos compartido entre caricias eran
ciertas? ¿Cuántos susurros hablaban de verdades en nuestras noches? ¿Por qué él
tenía que haberme mentido? No podía soportarlo. Salí corriendo de la habitación
sin decir nada más a encontrarle.
Y le encontré. En el
sótano de la casa, donde yo había decidido esconderme hasta tranquilizarme más.
Le encontré rodeando sus brazos a una farola (como el cartel de una película
que no recuerdo pero era sobre un paisaje nevado y niños saliendo del armario).
Reconocería esa farola en el último rincón del infierno. Aquella farola a la
que Michel abrazaba y besaba en esos momentos. Fue el último lugar donde vi
vivo a Cantinflas. Otra mentira. Otra vez mi pasado. Él no estaba curado. Yo
nunca superé a ningún destino.
QUE ME PARTO EL CULO. ¡ES QUE COMO PODÉIS SER TAN GRACIOSAS! DIOS, OS ADORO. Este capítulo mola, seguid escribiendo o moriré T.T
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