lunes, 27 de febrero de 2012

Capítulo 10

Primero, sentimos la falta del capítulo del viernes; no volverá a pasar, la culpa es de la loca que se encarga de acabar con mis "cuqui-historias" De verdad que no va a volver a pasar. 
Sin preámbulos retomamos a Sofi y a Él.

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Él tenía veinticinco años, era alto, fornido; Él era el príncipe de un cuento de hadas, Él era el amigo de Ánker y de Erik; Él era un chico que conocí en el grupo de amigos de Erik en Dinamarca, al que no había prestado mucha atención por lo eclipsada que me pude haber sentido en algún momento de mi vida con Erik.

Sí, hijos, se llamaba Él. Por lo poco que hablamos me dijo que se llamaba así porque al nacer era muy feo, y su madre cuando lo vio preguntó a los médicos, al borde del pánico ¿ÉL? ¡¿ÉL?!. Decía que sus padres no le habían querido. Os preguntareis cómo le conocí. Si no os lo preguntáis me la suda bastante: estaba de viaje… con sus amigos. Y que estuviera con sus amigos conlleva que esté Erik. Y Anker.

Mi corazón dio un vuelco cuando volví a ver a Erik, y diréis hijos míos, que es vuestro padre por las veces que su nombre atraviesa mi vida; pero no. Mi corazón dio un vuelco pero mi razón se hizo con el control de la situación; había sido mucho pasado por él, no merecía la pena ni una sola lágrima por esos ojos. Además, no me dio mucho tiempo a pensar en no pensar en él porque Anker no tardó en robarme un beso a los pocos minutos de verle; en ese momento me transmitió como había conocido a Erik. Era una misión secreta en la que licántropos y purpurinenses debían colaborar para salvar al mundo. Sí. Anker era un licántropo. No sé cómo conocí de esa misión fantástica que había unido a mis dos amantes, pero ese  beso que me robó Anker no le gustó a Él, que no dudó en pasar de mí y comprarse un perro-paloma. Chicos, traedme el Prozac. Gracias.

Con Él fuera de la historia (murió atropellado por coger a su perro-paloma) Anker y yo volvimos a empezar una relación. Era fastidioso andar con él por la calle, sobre todo porque tendía a mear en las esquinas y en las farolas. Yo intentaba evitarlo, pero era demasiado. Erik estaba lejos de nosotros, intentando pasar del tema. Lo hacía muy bien: cuando paseaba con Anker él solía estar en la farola más cercana, asesinándonos con la mirada. En sus manos llevaba un gatito y lo acariciaba mientras reía. No sé si se estaría acordando de un chiste. Más tarde supe que el gato era de peluche e hijos… me deprimí. Y empecé a ir al psiquiatra. Pero esa historia es otra que no tiene nada que ver pero que os contaré, porque aparece Roberto, un… nada, ya os contaré. Pues eso hijos. Fue un día que estaba sola en mi casa cuando Erik apareció por la ventana. Se cayó y se rompió las piernas. Se creía que podía saltar infinitamente el cabrón.
Saltó infinitamente a mi corazón; destrozando las barreras de mi razón, de nuevo. Pero estábamos en un problema, mi corazón, aun sin olvidar a Erik, había aprendido a querer a Anker y ya no sabía vivir sin sus caricias, su tacto, su compañía; sería por su naturaleza animal doméstico, pero había conseguido hacerse un hueco en mi corazón.

No podía dejar a Anker pero no sabía vivir sin querer a Erik. Tomé la decisión que mis años en filosofía y letras me habían enseñado. Ninguna. Aprendí a dividir mi tiempo con los dos y era feliz, porque en realidad quería a los dos, de formas distintas porque me aportaban cosas distintas a mi vida, pero necesarias.
Hijos, una cosa que os he enseñado desde pequeños es que no podéis quedaros con dos cosas a la vez: por eso os hago elegir entre comer y dormir. Para que sepáis que la vida no es fácil... y este tramo de mi vida tampoco.

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