viernes, 25 de mayo de 2012

Capítulo 3. Segunda temporada


¡Buenos días, buenas tardes, buenas noches, buenas madrugadas a todos! Hoy es viernes y muchos salen, socializan con sus amigos, hacen el amor pero sin tener hijos y... algunos leéis esta historia. No es patético, porque hay tiempo para todo... peor es tener que escribirla y subirla no? (Forever Alone Mode) 
Bien, nos quedamos en la parte en la que nuestra amada Sofisticada tenía problemas con Robert, en español llamado Roberto, y esas cosas. ¡Continuemos con su puta existencia, a ver si ya nos dice de una vez quién es el padre!

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Días de publicación: Lunes, Miércoles, Viernes


¡POR CIERTO!: Teníamos que deciros que nos gustaría que os involucraseis más en la historia. Por eso hemos decidido que, quién quiera, puede darnos ideas al correo de lavidaensofisticada@gmail.com, en plan de "Eh, quiero que vaya al polo norte y se lie con un oso" Pues nosotras llegaremos a ese punto. ¡Así será más divertido!


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Aunque ese punto de mi historia en Nueva York ocurrió meses después de que desistiera de mi búsqueda de ese sueño.  Por aquella época disfrutaba de mis paseos solitarios por los rincones más bellos que os podáis encontrar en una ciudad tan grande como NY. Pese a parecer deshumanizada, los ocasos teñían mi día a día de la esperanza necesaria para no cesar mi propósito de encontrar los ojos verdes al día siguiente. Una noche pensé que lo había conseguido, la lástima fue que la leyenda de Rayo de Luna se hiciera de nuevo palpable, tan real en mis manos; en mi propia experiencia.

                Yo buscaba y buscaba, hijos míos, pero no encontraba a nadie. Un día iba por la calle, una de las calles más céntricas de Nueva York, que se llama céntrica porque hay mucha gente, no porque esté en el centro, porque realmente en el centro no hay nada céntrico… bueno, la cosa es que iba andando por una calle no-céntrica pero céntrica hablando de densidad de población cuando vi a un hombre con ojos verdes. Ese era mi hombre. Salí corriendo detrás de él, hacia un callejón de mala muerte por el que se metió. Yo lo llamaba, le tiraba piedras, pero ni caso, “hoygan”. Entonces llegamos a un sitio donde no transitaba nadie, un parque abandonado… y se dio la vuelta. Y vi sus ojos, hermosos como una noche de luna (¿verde? ¿Una noche de luna verde?) y me miró. Y se quitó la máscara. Y sonrió. Era Robert.

                Llevaba lentillas… o eso me dijo cuando me reconoció. Le pregunté qué hacía por una zona tan poco céntrica y me dijo que pretendía terminar un trabajo… Hijos, por aquella época, os recuerdo que nos llevábamos bastante bien…o eso creía. Nos sentamos en el césped a disfrutar de una noche tan clara en un lugar donde no se ven las estrellas pero donde pocos como nosotros intentamos no dejar de soñarlas… aunque mi corazón no se encontraba cómodo en su compañía, mi mente quiso evadirse e imaginarse con alguien como él pero sin lentillas, cerré los ojos e intenté alcanzar ese sueño.

                Hijos, ya os he dicho que la relación con Robert no terminó para nada bien: pero eso es una historia tan lejana como la de cómo conocí a vuestro padre. Esa noche de luna y estrellas escondidas empezamos una relación que no lo hizo con tan mal pie, pese a que así acabara. Nos abrazamos, nos dimos besos, e hicimos cosas que sirven para confeccionar niños pero con protección. Hijos, admito que nunca he sentido nada por Robert fuera de la acción que lleva ganar a alguien en el terreno periodístico, pero empecé a verlo como algo más que un simple rollo de una noche. Pero no se queda todo aquí, hijos, porque si lo hiciera seríais guapos, no… así.

Por una vez en toda mi vida, mi mente empezó a jugar algún papel en las historias con mis amantes. Yo a Robert no le quería, lo de esa noche había sido una jugarreta del destino en la que me mostraba que podía ser feliz sin esa persona que llevaba la mitad de mi alma… Pero al entrar en juego mi mente, también participaron las dudas y complejos y problemas de una relación: ¿Por qué estaba Robert allí aquella noche? ¿Por qué esas lentillas? ¿Por qué apareció así cuando mi vida empezaba a avanzar a una velocidad natural? ¿Por qué esa sensación de precaución cuando estábamos cerca? ¿Por qué tenía que resignarme a no encontrarme?


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